Introducción
Las leyendas hablan la mayoría de nuestra
ciudad y de sus hermosas características, la mayoría de sus protagonistas ahora
son cualidad heroica, estas se crearon en las épocas de la conquista española
por anécdotas de celebres personajes de esa época y al irse pasando de persona
en persona es han vuelto en una parte a lo real y otra a la fantasía
Hace
muchos años había en Quito un convento de monjes. Cuatro novicios, después de
trepar las tapias del convento, salieron en Navidad a comprar buñuelos. Entre
ellos estaba el novicio Almeida. Avanzaron hasta la fuente del sapo. Entraron a
una casa. ¡Que sorpresa. Más de una docena de frailes allí! Tocaban la guitarra,
se divertían y comían buñuelos.
No hay
nada de malo en todo eso.
Si.
Pero lo mismo sucedió durante varias noches. Al fin, Fray Almeida llego a
invitar a sus compañeros de convento. Cierta vez al trepar como de costumbre
por un Cristo de madera, este le pregunto:
¿Hasta
cuándo, Padre Almeida?
Aquel
le respondió
Hasta
la vuelta, Señor
Fue
basta. A su regreso, el Padre Almeida, se hincó delante del crucifijo. Le prometió
no salir jamás. Se arrepintió de sus culpas. (A de Lopez & Lopez D, 1954,
pág. 1881)
EL CRISTO DE LA AGONÍA

Migue
de Santiago era un famoso pintor quiteño. Cierta vez se propuso pintas a Cristo
en agonía. Desnudo a un alumno suyo y lo crucifico. Pero el joven no agonizaba.
Y el pintor le decía:
¿Sufres?
No,
maestro contestaba el muchacho.
Ciego
de cólera, Santiago atravesó con una lanza el cuerpo de su alumno. Cuando este
agonizaba, se dedicó a pintarlo. Mientras el joven se quejaba de dolor,
Santiago repetía ¡bien! ¡Muy bien, maestro! ¡Así, Santiago!.
Terminado
el cuadro, Santiago desato a su alumno. El joven cayó muerto. En ese momento
Santiago se dio cuenta de lo que había cometido. Huyo. En su taller quedo
terminado un precioso Cristo de la agonía. (A de Lopez & Lopez D, 1954,
pág. 182)
EL ATRIO DE SAN FRANCISCO

Corrían
los tiempos de la colonia. Un indio llamado Cantuña se comprometió a construir
el atrio de San Francisco.
A
punto de ir preso por no haber cumplido su palabra, el pobre indígena pidió
ayuda a Dios.
¿De
qué medio se valió?
De
la oración. Rezo piadosamente. Luego salió de su casa, envuelto en una ancha
capa y tomo el camino de la construcción. En ese lugar de entre el montón de
piedras, vio que salía un hombre vestido de rojo. Era alto, de barbilla
puntiaguda y nariz aguileña.
Soy
luzbel, dijo. No temas, buen hombre. Te ofrezco entregar concluido el atrio
antes de rayar el alba. Como pago por mi obra quiero tu alma. ¿Aceptas mi
propuesta?
Aceptada,
respondió Cantuña. Pero al toque del Avemaría no debe de faltar una sola piedra
o el trato se anula.
De acuerdo,
agrego Satanás.
Firmado
el pacto, miles de diablillos se pusieron a trabajar sin descanso. Cerca de las
cuatro de la mañana, el atrio estaba a punto de ser terminad. Pronto el alma de
Cantuña pasara a poder de Luzbel. Pero los diablillos no alcanzaron a colocar
todas las piedras. Todavía faltaba una. Por eso Cantuña salvo su alma.
Entonces
Luzbel montó en cólera y desapareció con sus obreros del infierno. (A de Lopez & Lopez D, 1954, pág. 183)
RECEPTADO POR: Sara Barros
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