sábado, 1 de agosto de 2015

LEYENDAS DE LA SIERRA

Introducción


Las leyendas hablan la mayoría de nuestra ciudad y de sus hermosas características, la mayoría de sus protagonistas ahora son cualidad heroica, estas se crearon en las épocas de la conquista española por anécdotas de celebres personajes de esa época y al irse pasando de persona en persona es han vuelto en una parte a lo real y otra a la fantasía

EL PADRE ALMEIDA

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Hace muchos años había en Quito un convento de monjes. Cuatro novicios, después de trepar las tapias del convento, salieron en Navidad a comprar buñuelos. Entre ellos estaba el novicio Almeida. Avanzaron hasta la fuente del sapo. Entraron a una casa. ¡Que sorpresa. Más de una docena de frailes allí! Tocaban la guitarra, se divertían y comían buñuelos.
No hay nada de malo en todo eso.
Si. Pero lo mismo sucedió durante varias noches. Al fin, Fray Almeida llego a invitar a sus compañeros de convento. Cierta vez al trepar como de costumbre por un Cristo de madera, este le pregunto:
¿Hasta cuándo, Padre Almeida?
Aquel le respondió
Hasta la vuelta, Señor
Fue basta. A su regreso, el Padre Almeida, se hincó delante del crucifijo. Le prometió no salir jamás. Se arrepintió de sus culpas. (A de Lopez & Lopez D, 1954, pág. 1881)


EL CRISTO DE LA AGONÍA

Migue de Santiago era un famoso pintor quiteño. Cierta vez se propuso pintas a Cristo en agonía. Desnudo a un alumno suyo y lo crucifico. Pero el joven no agonizaba. Y el pintor le decía:
¿Sufres?
No, maestro contestaba el muchacho.
Ciego de cólera, Santiago atravesó con una lanza el cuerpo de su alumno. Cuando este agonizaba, se dedicó a pintarlo. Mientras el joven se quejaba de dolor, Santiago repetía ¡bien! ¡Muy bien, maestro! ¡Así, Santiago!.
Terminado el cuadro, Santiago desato a su alumno. El joven cayó muerto. En ese momento Santiago se dio cuenta de lo que había cometido. Huyo. En su taller quedo terminado un precioso Cristo de la agonía. (A de Lopez & Lopez D, 1954, pág. 182)


EL ATRIO DE SAN FRANCISCO


Corrían los tiempos de la colonia. Un indio llamado Cantuña se comprometió a construir el atrio de San Francisco.
A punto de ir preso por no haber cumplido su palabra, el pobre indígena pidió ayuda a Dios.
¿De qué medio se valió?
De la oración. Rezo piadosamente. Luego salió de su casa, envuelto en una ancha capa y tomo el camino de la construcción. En ese lugar de entre el montón de piedras, vio que salía un hombre vestido de rojo. Era alto, de barbilla puntiaguda y nariz aguileña.
Soy luzbel, dijo. No temas, buen hombre. Te ofrezco entregar concluido el atrio antes de rayar el alba. Como pago por mi obra quiero tu alma. ¿Aceptas mi propuesta?
Aceptada, respondió Cantuña. Pero al toque del Avemaría no debe de faltar una sola piedra o el trato se anula.
De acuerdo, agrego Satanás.
Firmado el pacto, miles de diablillos se pusieron a trabajar sin descanso. Cerca de las cuatro de la mañana, el atrio estaba a punto de ser terminad. Pronto el alma de Cantuña pasara a poder de Luzbel. Pero los diablillos no alcanzaron a colocar todas las piedras. Todavía faltaba una. Por eso Cantuña salvo su alma.
Entonces Luzbel montó en cólera y desapareció con sus obreros del infierno. (A de Lopez & Lopez D, 1954, pág. 183)

RECEPTADO POR: Sara Barros

A de Lopez , L., & Lopez D, R. (1954). terruño. En terruño (pág. 181). Quito .

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